Nota: Prof. Pablo S. Galíndez
El árbol siempre fue considerado como el vegetal superior. Aquel que se tenía en cuenta porque, bajo su sombra, pasaron hechos históricos.
Porque era el único que supuestamente generaba sombra en la pampa, en este caso, el ombú. O porque daba reparo a las casas en el campo.
El árbol estaba considerado como una de las tres cosas que había que hacer en la vida: Tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol. Tan importante fue que en mil novecientos Estanislao Zeballos decreto su día, el 29 de agosto.
También es muy importante para las culturas originarias. El árbol fue protagonista de innumerables leyendas, como la del ceibo (Syiñandy) o el palo borracho (Samou) por nombrar algunas, o sagrados como la araucaria del sur (Pewén), el algarrobo, el espinillo (Churqui), el tala y tantos otros…
Hoy en día hablamos también de la importancia de los pastizales, o de las algas del mar, como productores de oxígeno. Pero allá lejos y hace tiempo, solo se le atribuía el poder de dar oxígeno a los árboles.
Volviendo al 29 de agosto, Zeballos promovió esta fecha para concientizar sobre el cuidado y la protección de las superficies arboladas. Esas superficies que están siendo devastadas por los desmontes y los incendios.
Y más allá de lo estético del ejemplar, y el cariño que le podemos tener al árbol exótico, nunca superará los beneficios del árbol nativo.
Los árboles nativos son una fuente de alimento y refugio para la fauna local, en particular para las aves y mariposas.
Forman parte de nuestra cultura popular en canciones, cuentos y leyendas.
Recrean el escenario silvestre donde vivieron sus antepasados.
Se cuidan bastante bien solos, están adaptados al ambiente.
Podemos diseñar jardines que representen en pequeña escala montecitos con epífitas, lianas, etc.
Al lograr apreciarlos y quererlos, comenzaremos a reemplazarlos por los exóticos que generan muchos problemas al asilvestrarse.
En síntesis, es una posibilidad de hacer algo concreto por la naturaleza, por eso plantemos árboles nativos.